Nuestro mundo sufre por estar rodeado de un tsunami de enfermedades crónicas que no dejan de crecer y que han permitido una escalada de las muertes durante esta pandemia de la Covid-19.
El virus se alimenta y crece exponencialmente gracias a otras crisis que ya estaban en marcha: la crisis de la salud, la crisis social, la crisis medioambiental y todas, todas, van de la mano.
Este surgimiento del SARS-CoV-2 unido al aumento global sostenido de afecciones crónicas como la obesidad y la diabetes, sumado a las crisis sociales que mencionamos, es lo que llamamos: Sindemia.
La presión arterial alta, el nivel alto de azúcar en la sangre, la obesidad y el colesterol alto, que sufren millones de personas en todo el mundo, han jugado un papel fundamental en el impulso de las más de 1 millón de muertes causadas por la Covid-19 hasta la fecha.
Esas condiciones, impulsadas por dietas poco saludables y niveles inadecuados de ejercicio, continuarán destruyendo la salud en todos los países aún después de que la pandemia disminuya.
Atender la salud mundial, es mucho más que prevenir los contagios y muertes por el nuevo coronavirus. Abordar la COVID-19 y todas sus consecuencias, significa abordar la hipertensión, la obesidad, la diabetes, las enfermedades cardiovasculares, así como todas las enfermedades crónicas.
Esta naturaleza ‘sindémica’ exige que no solo tratemos cada aflicción, sino que también abordemos urgentemente las desigualdades sociales.
Sindemia es un término acuñado en los 90 y formado a partir de ‘sinergia’ y ‘epidemia’ y que ahora, en un editorial de la prestigiosa revista médica The Lancet, reclama que se empiece a usar para la Covid-19 y no llamarla entonces pandemia, sino Sindemia de la covid-19.
No se podrá controlar la infección por completo si solo se tiene en cuenta la biología y no se atacan los factores sociales relacionados, como pobreza, vivienda, educación, empleo, todo ellos potentes determinantes de la salud de la población.
Durante mucho tiempo, los profesionales de la salud difundimos el concepto de que había que ir al médico, aunque no sintieras nada y no descuidar los controles. La consecuencia de no hacerlo es esto: estamos retrasando el diagnóstico de enfermedades potencialmente controlables y diagnosticándolas cuando son incontrolables o cuando nuestros pacientes ya presentan las complicaciones crónicas de las mismas. Todas las muertes NO COVID, que son probablemente más que las que ocurren a causa de la pandemia, podrían prevenirse.
Entonces el equilibrio debe ser que seamos capaces de disminuir las muertes por coronavirus y prevenir y controlar aquellas por falta de consulta. En los países en vías de desarrollo como el nuestro, las personas con rentas bajas se alimentan mal y la compra de la medicación diaria se hace insostenible, lo que las predispone a desarrollar las complicaciones de estas enfermedades que, a su vez, les confieren un riesgo incrementado al contagiarse por SARS-CoV-2, llevándoles a tener un mal pronóstico.
Si solo esperamos a que llegue la vacuna, nada va a cambiar. Es el momento de reflexionar y pensar cómo queremos vivir durante y después de la Covid-19.
Fuente: Hoy
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